23.6.10

Para Médicos...


CONSEJOS DE ESCULAPIO

a los que van a dedicarse al ejercicio de la Medicina
¿Quieres ser médico, hijo mío? Aspiración es ésta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia. ¿Has
pensado bien en lo que ha de ser tu vida?
Tienes que renunciar a la vida privada. La mayoría de los ciudadanos pueden, terminada la tarea, aislarse lejos
de los importunos; tu puerta quedará siempre abierta a todos: de día y de noche. Vendrán a turbar tu descanso,
tus placeres, tu meditación; ya no tendrás horas que dedicar a la familia, a la amistad o al estudio. Los pobres,
acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en caso de urgencia; pero los ricos, te tratarán como a esclavo
encargado de remediar sus excesos sea porque tengan una indigestión, sea porque estén acatarrados, pues
estiman en muchísimo su persona. Habrás de demostrar interés por los detalles más vulgares de su existencia,
decir si ha de comer cordero o carnero, si ha de andar de tal o cual modo cuando pasea. No podrás ir al teatro,
ausentarte de la ciudad, ni estar enfermo.
Eres severo en la elección de tus amigos; buscas la sociedad de hombres de talento, de artistas, de almas
delicadas, pues bien, en adelante no podrás desechar a los fastidiosos, a los escasos de inteligencia, a los
despreciables. El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado.
Tienes fe en tu trabajo; ten presente que te juzgarán no por tu ciencia, sino por las cualidades del vestido, por
el porte de tu capa, por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la atención que dediques a
las charlas y a los gustos de tu clientela. Los habrá que desconfiarán de ti si no gastas barba; otros si no vienes
de Asia; otros si crees en los dioses; otros si no crees en ellos. Tu vecino, el carnicero, no te concederá su
clientela si no eres parroquiano suyo, y lo mismo ocurrirá con el tendero y con el zapatero. Habrás de luchar
de continuo contra las supersticiones de los ignorantes, pues no hay portero que no sea capaz de dar consejos
a un enfermo.
Te gusta la sencillez; habrás de adoptar la actitud de un augur. Eres activo, sabes lo que vale el tiempo;
tendrás que aguantar relatos que arranquen del principio de los tiempos, para explicarte un cólico; ociosos te
consultarán por el solo placer de charlar, serás el vertedero de disgustos, de vanidades.
Sientes pasión por la verdad; ya no podrás decirla. Habrás de ocultar a algunos la gravedad de su mal; a otros
su insignificancia. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en ser burlado, ignorante, cómplice. La
medicina es una ciencia oscura, que los esfuerzos de sus fieles van iluminando de siglo en siglo. No te será
permitido dudar nunca, so pena de perder todo crédito; si no afirmas que conoces la naturaleza de la
enfermedad, que posees un remedio infalible para curarle, el vulgo irá a ver charlatanes, que venden la
mentira que necesita.
No cuentes con agradecimientos; cuando el enfermo sana la curación es debida a su robustez; si muere, tú eres
el que lo ha matado. Mientras está en peligro, te trata como a un dios, te suplica, te promete, te colma de
halagos; no bien está en convalescencia, ya le estorbas; cuando se trata de pagar los cuidados que le has
prodigado, se enfada y te denigra. Cuanto más egoístas son los hombres, más solicitud exigen del médico;
cuanto más codiciosos, más desinteresado ha de ser él. Aquellos mismos que se burlan de los dioses, le
confieren sacerdocio para interesarlo al culto de su sacra persona.
No cuentes con que este oficio tan penoso te hará rico. Te lo he dicho: es un sacerdocio, y no sería decente
que produjera ganancias como las que saca un aceitunero, o el que vende lana. Te compadezco si sientes afán
por la belleza; verás lo más feo y más repugnante que hay en la especie humana. Habrás de pegar tu oído
contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de míseras viviendas, los perfumes harto subidos de las
cortesanas, palpar tumores, curar llagas verdes de pus, contemplar las orinas, escudriñar los esputos, fijar tu
mirada y olfato en inmundicias.
Cuántas veces un día hermoso, soleado y perfumado, al salir de un banquete o de una pieza de Sófocles, te
llamarán para un hombre que, molestado por los dolores de vientre, te presentará un bacín nauseabundo,
diciéndote satisfecho: «¡Gracias a que he tenido la precaución de no tirarlo!». Recuerda entonces que habrá de
parecer interesarte mucho aquella deyección.
Hasta la belleza misma de las mujeres, consuelo del hombre, se desvanecerá para ti. Las verás por la mañana
desgreñadas, desencajadas, desprovistas de sus bellos colores y olvidando sobre los muebles parte de sus
atractivos. Cesarán de ser diosas para convertirse en pobres seres afligidos de miserias sin gracia. Sentirás por
ellas más compasión que deseos. ¡Cuántas veces te asustarás al ver un cocodrilo adormecido en el fondo de la
fuente de los placeres!
Tu vida transcurrirá como a la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas, entre los
duelos y la hipocresía que calcula a la cabecera de los agonizantes; la raza humana es un Prometeo desgarrado
por los buitres.
Te verás solo en tus tristezas, solo en tus estudios, solo en medio del egoísmo humano. Ni siquiera
encontrarás apoyo entre los médicos, que se hacen sorda guerra por interés o por orgullo.
Únicamente la conciencia de aliviar males podrá sostenerte en tus fatigas. Piensa mientras estás a tiempo;
pero si, indiferente a la fortuna, a los placeres de la juventud; si sabiendo que te verás solo entre las fieras
humanas, tienes un alma bastante estoica para satisfacerse con el deber cumplido sin ilusiones; si te juzgas
bien pagado con la dicha de una madre, con una cara que sonríe porque ya no padece, o con la paz de un
moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte; si ansías conocer al hombre, penetrar todo lo trágico de su
destino... ¡hazte médico, hijo mío!